El diálogo titulado Cratilo tiene por objeto desarrollar el
problema del lenguaje y su relación con los seres. Es una investigación que
forma parte de lo que Platón llama una «ciencia de los nombres», que como toda
cosa bella es difícil de conocer. Como en sus otros diálogos, Platón no deja
pasar la oportunidad de criticar, por boca de Sócrates, las posturas de los sofistas: comienza
advirtiendo, cuando le invitan a expresar su pensamiento acerca de lo propio de
los nombres, que si hubiese podido asistir a las clases del sofista en casa de
Pródico y pagar su costo, todo lo que deseaba saber acerca del tema le hubiera
sido comunicado. Contraponiéndose a este modo de conocimiento, Sócrates acepta
buscar la verdad junto con los otros, compartiendo el esfuerzo y el riesgo de
la investigación. Según su postura, la verdad debe ser poder sostenerse
argumentativamente, dialógicamente.
Se enfrentan dos posturas: Cratilo sostiene la tesis de que existe una
denominación propia (nombres propios, apropiada a su naturaleza) y natural para
cada uno de los seres, que hay “una manera fija y precisa de denominar” y que es la misma para todos los hombres
(griegos y bárbaros). La naturaleza le ha dado a los hombres un «sentido
propio», una capacidad consistente en nombrar las cosas. El nombre propio de
cada ser no resulta de la convención o del acuerdo entre los hombres o entre
los miembros de una comunidad; por esa razón, se suele convenir en llamar a
alguien con un nombre que no es propio.
Hermógenes afirma,
por su parte, que “la naturaleza no asigna nombre alguno a los objetos como
cosa que les sea absolutamente propia e insustituible, sino que más bien se
trata de un asunto de uso y costumbre entre aquellos que suelen estar
encargados de dar los nombres”, de lo cual se inferiría que alguien pueda dar a
una cosa un nombre distinto al que utilizan todos los demás y de ello hay
pruebas en la experiencia, ya que hay cosas que tienen distintos nombres en
distintas polis griegas y hay aún mayores diferencias entre los griegos y los
bárbaros. De esta tesis también se infiere que el ser de cada cosa es relativo
a cada uno de los hombres que las nombran. Platón emparienta esta postura con
la tesis de Protágoras de que «el hombre es la medida de todas las cosas»,
entendida como la afirmación de que cada uno tiene su verdad, pues puede
nombrar a las cosas como quiera ya que las cosas son tal como parecen a cada
quien.
Sócrates examina en primer lugar la última tesis, partiendo
de que si hay algo a lo que se llama “decir verdad” y algo a lo que se llama
“decir mentira [falso]”, entonces hay “discursos verdaderos y discursos
falsos”. Y si un discurso es verdadero cuando dice “las cosas como son” y es
“falso el que las diga cómo no son”; entonces, “es posible decir mediante el
discurso lo que es y lo que no es”. De lo anterior se deriva que si un discurso
es verdadero, también lo serán sus elementos componentes más simples (como son
los nombres), y si es falso, sus componentes lo serán también. Si hay discursos
verdaderos y discursos falsos, entonces la tesis de Protágoras es falsa, pues
(según ella) todos los discursos son verdaderos para quien los pronuncia, pero
podrían ser falsos para los demás, “si las opiniones de cada uno son para cada
uno la verdad”. Para que haya discursos verdaderos y discursos falsos es
necesario las cosas tengan “por sí mismas y de un modo permanente un cierto
modo de ser, que no es ni relativo a nosotros ni dependiente de nosotros. Y que
no se dejan arrastrar aquí y allá al capricho de nuestra imaginación, sino que
existen por sí mismas, según su propio ser y de acuerdo con su naturaleza”.
Sócrates advierte que no solamente las cosas tienen una
naturaleza propia, sino también las acciones (como, por ejemplo, «cortar»,
«quemar», «nombrar» o «hablar»). El hablar es una acción que se refiere a las
cosas. Una acción es buena cuando está de acuerdo con la naturaleza de su
objeto. “Luego es preciso nombrar las cosas según la manera y el medio que
ellas tienen naturalmente de nombrar y ser nombradas, y no como se nos antoje”.
Todas las acciones requieren de instrumentos y el adecuado para «nombrar» es el
nombre, “que sirve para instruir y para distinguir la realidad”. El nombre es
un instrumento para el nombrar, por medio del cual “nos enseñamos algo los unos
a los otros” y “distinguimos las maneras de ser de los objetos”. El “buen
instructor” será el que se sirva de este instrumento «como es preciso»; es
decir, “del modo adecuado para instruir”. Los instrumentos (los nombres) le son
provistos al «instructor» [al maestro] por el nomos, que es la obra del
legislador. El legislar es un arte y no todos los hombres son legisladores,
sino los que poseen ese arte. En consecuencia: es al artesano legislador y “el
primero que se presente” a quien corresponde “establecer los nombres”.
Todo artesano construye sus instrumentos sobre el modelo de la
cosa propiamente dicha [la idea, lo que es en sí mismo] y la naturaleza de todo
es instrumento es ser apropiada al objeto a que se aplica. Análogamente, los
nombres se construirán según lo que resulte naturalmente adecuado a la cosa
nombrada. Entre los bárbaros o entre los griegos el buen legislador será el que
“imprima la forma del nombre requerido para cada cosa a las sílabas”. El hombre
más capacitado para juzgar sobre la virtud de un instrumento es quien se sirve
de él, quien lo utiliza, y en el caso de los nombres, éste es “el hombre que
conoce el arte de interrogar (…) y que sabe al mismo tiempo responder”; es
decir, al dialéctico, al filósofo (como lo llamará en la República).
Se arriba de este modo a una primer conclusión provisoria:
Hay muchas probabilidades de que la tesis de Cratilo de que “los nombres
pertenecen naturalmente a las cosas y que no todo el mundo está en condiciones
de hacer de artesano del nombre, sino tan sólo aquellos que, sin apartar los
ojos del nombre natural de cada objeto, son capaces de dar forma a las letras y
las sílabas”. Sócrates muestra, a continuación, cómo el nombre de Héctor
contiene la esencia de lo nombrado (ser hijo de un rey y, por tanto, de
naturaleza real), pues, en general, “los seres cuya generación es conforme a la
naturaleza deben recibir los mismos nombres”. Una larga lista de etimologías
continúa el análisis del significado de Héctor, que termina por hacer exclamar
a Hermógenes: «Verdaderamente, Sócrates, diríase oyéndote que, como los inspirados,
súbitamente empiezas a lanzar oráculos» (crítica análoga a la referida contra
Heidegger en nuestros días, que se vale de la misma metodología).
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